La investigación plantea posibles soluciones ante la "degradación constructiva, el déficit de mantenimiento y la segregación física propia del planteo urbanístico espacial" que se sufre en el complejo de viviendas.
Arquitectos de la ciudad presentaron ayer un informe sobre la situación edilicia del barrio Centenario en un contexto de múltiples reclamos por parte de vecinos a raíz del estado del complejo de viviendas que se encuentra delimitado por las calles Chile, Rodríguez Peña, Teodoro Bronzini y Alvarado.
El barrio Centenario cuenta con 1.600 viviendas y alrededor de 20.000 habitantes. Fue construido sobre fines de la década del 70 y principios de los 80, en los predios del antiguo matadero municipal y la plaza Rivadavia. Surgió a raíz de las operatorias de vivienda social Fonavi, con la participación del Instituto de la Vivienda de la Provincia de Buenos Aires y la Municipalidad de General Pueyrredon.
Bajo el título “Repensar el barrio Centenario, 40 años después de su construcción” y con el apoyo del Colegio de Arquitectos, Pablo Fidel Rescia, Andrés Tapia Ávalos, María Noé Gómez, María José Díaz Varela y Kristina Atanasoka abordaron la situación del lugar con distintos ejes a atender.
Según expone la presentación, “el barrio sufre un proceso gradual de degradación constructiva producto de vicios de construcción, déficit de mantenimiento, cambios arbitrarios de las fachadas y nuevos cerramientos de espacios exteriores”.
Todo ello, “acompañado de una segregación física propia del planteo urbanístico espacial, así como una estigmatización social anclada en un imaginario urbano que lo muestra como uno de los barrios más peligrosos de la ciudad”.
En este sentido, la investigación busca analizar y elaborar propuestas que aborden los problemas socioambientales desde una perspectiva “multiescalar”.
Para ello, se plantearon tres ejes. En primer lugar, “evitar la segregación física”, teniendo en cuenta “la articulación de la unidad de manzana en relación con la ciudad”. Sobre este aspecto, entre otras consideraciones, el informe propone aumentar la interconexión con la red circulatoria barrial, lo que permitiría la interacción del complejo con el barrio; la llegada del transporte público; recolección de residuos; favorecer la noción de seguridad; y establecer una “referencialidad en el interior del conjunto”.
El segundo eje fue el “uso racional de los espacios libres”, que analiza la urbanidad propia concebida por el conjunto, en los espacios comunitarios. Aquí se busca desarrollar una estructura de espacio público que implique la apropiación efectiva de los espacios libres. Incluso “legitimando apropiaciones irregulares de las viviendas de planta baja, cuyo espacio exterior puede ser transformado en quintas particulares, o simplemente jardines”.
Esta nueva estructura estaría anclada a la nueva red circulatoria y permitiría enfatizar las esquinas liberadas por la conformación octogonal de la organización de los edificios. “Así se generan espacios que igualan a las plazas secas, caracterizadas por sector de juegos, espera de transporte público y áreas de depósito de basura con los espacios verdes controlados”, explica el informe.
Asimismo, sobre la calle Peña, en áreas descubiertas residuales del complejo se prevén estructuras abiertas y flexibles que concentren actividades comunitarias y productivas; una especie de “galpones productivos” que podrían concentrar tareas de capacitación y prácticas productivas de la economía social.
En tanto, el último eje es la “optimización ambiental de las unidades de viviendas”. Este proyecto profundiza sobre la vivienda y su condición de fragilidad respecto de lo constructivo. Y, a su vez, contempla las nuevas formas de habitar “que la pandemia evidenció como conflicto irresuelto entre las unidades espaciales y la vida contemporánea”.
Sobre este aspecto, se plantea agregar un módulo denominado “MAS” (Módulo Ambiental de Soporte). Esta unidad implica una nueva estructura que mejora la resistencia de la actual construcción; suma espacios interiores y exteriores a modo de tamiz entre el edificio existente y el espacio exterior; y estructura un sistema de optimización de las funciones de la vivienda.
De esta manera, el MAS se convierte en un “ancla” natural que ayuda a detener “los procesos de asentamientos diferenciales que producen patologías sobre los muros exteriores y las piezas estructurales”.
“Poner estas problemáticas como un pie de apoyo permite discutir cómo recomponer la realidad de nuestras ciudades, para dar paso a soluciones apropiadas, dinámicas y situadas, donde el proyecto es más proceso que forma y es más existencia que espacio”, concluye el informe.